El cuento del dia es:
El Libro del Dragon
Fernando Palacios León, escritor español.
“Para todos tiene la muerte una mirada. Vendrá
la muerte y tendrá tus ojos” C.
Pavese
Apenas tengo recuerdos de mi padre, sé que le gustaba mucho el
café, comer queso de madrugada y escuchar discos de Pink Floyd. Cuando él vivía
en casa había una habitación dedicada en exclusiva a la música, con las paredes
de corcho, un tocadiscos y estanterías repletas de vinilos y cintas de música
grabada de los programas de radio, todavía no existían los cedés, ni
internet, ni los reproductores digitales.
Me
encantaba pasar las tardes allí dentro mirando las estanterías y abriendo las
cubiertas de los vinilos. Jamás pude sacar de mi memoria la portada en la que un
hombre envuelto en llamas con total normalidad le estrechaba la mano a otro,
con el tiempo he comprendido que en la vida hay muchas situaciones que guardan
una enorme similitud con esa imagen: la primera matrícula de universidad, las
revisiones de exámenes, la primera cuenta del banco, la primera firma de un
contrato de trabajo, el primer contrato de alquiler, el diagnóstico de una
enfermedad crónica, la declaración de la renta, el primer subsidio de paro, el
primer divorcio o la elección del mensaje de una corona de flores.
En
aquella habitación, una tarde de lluvia de noviembre en la que nos quedamos
solos, mi padre me contó una historia. Su voz tenía el metal último de las
despedidas, su mirada el candor de quien nos revela un secreto, yo, que era una
niña entonces, no supe comprenderlo:
“Había una vez un reino llamado Quieras. En él había un hermoso castillo, un
enorme lago que se perdía en el horizonte y un bosque, llamado el Bosque de lo
imposible. En el castillo vivían el rey, la reina y su hija la pequeña
princesa, que había heredado la belleza de su madre y los ojos verdes de su
padre. De lejanos reinos y extraños parajes más allá del lago iban a visitarlos
sus distintos familiares y exóticos amigos, a los que la reina y el rey
recibían celebrando fiestas y banquetes. El castillo, que estaba encantado
gracias al poder de una bruja llamada Cenotia, se hacía más y más grande con la
llegada de invitados, de manera que siempre se podía cobijar a los recién
llegados, fuera cual fuese el número de ellos.
La princesa y el rey de Quieras iban la mayor parte de los días a pasear
hasta el lago de la mano, atravesando el Bosque de lo imposible donde vivían
toda clase de criaturas y animales en absoluta libertad y armonía. Allí, en la
orilla del lago, tenía su casa Cenotia. La sabia bruja enseñaba a la princesa a
respetar la naturaleza, a leer, a escribir, a dibujar y a navegar, pues cuando
la princesa fuese una mujer, habría de abandonar el reino a través del lago
hasta encontrar el suyo propio.
El
rey se alegraba mucho al ver los progresos de la pequeña princesa junto a la
bruja, los primeros trazos del alfabeto, el vaivén de los paseos en barca, las
canciones repetidas de memoria, aunque en el fondo de su alma le entristecía
saber que un día ella tuviera que marcharse de su lado.
Mas
no fue esa la mayor de las desdichas que habrían de acontecer al rey de
Quieras. Una oscura noche de tormenta, mientras los invitados dormían tras un
largo banquete y él estaba asomado a uno de sus preciosos balcones de piedra,
el rey fue llamado por Cenotia desde la orilla del lago.
Creyendo
que la bruja se hallaba en peligro, acudió con el mejor de sus caballos cruzando
el aire como una flecha que afila el silencio, dejando atrás el Bosque de lo
imposible. En la orilla del lago pudo distinguir la figura de la reina próxima
a la de un desconocido portando una armadura dorada.
A
unos pocos pasos se encontraba Cenotia junto al desdibujado reflejo de su casa
sobre las ondas que hacía la lluvia al abrazarse con el lago, en la que todavía
lucía la luz nocturna de las velas. El rey sintió miedo y, aunque se sabía en
peligro, bajó de su caballo y se acercó a la hechicera, cuyos ojos brillaban
inundados por una ensangrentada violencia.
–No
volverás, dragón, a ver la luz del día– pronunció Cenotia alzando su bastón.
Del
bastón de Cenotia surgió una sombra que comenzó a cubrir de los pies a la
cabeza al rey, que miraba petrificado a su mujer y al desconocido de la
armadura dorada. La sonrisa de ambos delataba su traición. Cenotia, sin
embargo, rompió a llorar presa del desconsuelo, pues eran muchos los años de
amistad que le habían unido al rey, ya que él era el único monarca que había
cobijado en el interior de sus fronteras a una bruja como ella.
Tras
unos instantes, que al rey le parecieron siglos, la sombra lo cubrió por
completo tornando su cuerpo en el de un inmenso dragón que se ocultó bajo las
aguas del lago, preso del terror que le provocaba su propia presencia.
Tomando
el caballo del rey, el hombre de la armadura dorada y la reina se dirigieron de
nuevo al castillo para recoger a la pequeña princesa, con intención de partir
al día siguiente al reino de Dirua, día con el que siempre había soñado la
reina en el secreto silencio de sus pensamientos.
Pues
Dirua era el reino de los reinos, había cientos de castillos que regentar,
calesas, coronas, joyas y lujos que nadie podía imaginarse, sin bosques ni
criaturas a las que alimentar o justicia por la que velar, diferentes mares
bañaban sus fronteras y por si fuera poco, la pequeña princesa no debería
abandonarlo nunca, puesto que era el reino al que los demás rendían pleitesía.
La condición de mujer hermosa de la reina era suficiente para ocupar el puesto
del trono junto al rey de Dirua.
Cenotia
se quedó junto al lago a sabiendas de que el dragón volvería a aparecer en
algún momento al recordar a la pequeña princesa. Así fue, al cabo de unas horas
bajo la húmeda sombra de la lluvia apareció poco a poco el enorme dragón
emergiendo del lago.
–
¿Por qué me has hecho esto, Cenotia?–rugió el dragón.
–Me
obligaron, amenazaron con matarte esta misma noche si no lo hacía–dijo Cenotia
acariciando las inmensas fauces del dragón.
–
¿Quién dio tales órdenes en mi propio reino?
–El
rey de Dirua. La reina quiere marcharse con él y llevarse a la pequeña princesa
consigo.
–
¿El rey de Dirua? ¿Es que no tiene ya suficiente poder? ¿Tenía que destruir el
reino de Quieras y separarme de mi hija?
–La
belleza de la reina es lo único que desea poseer, en el momento en que ella
envejezca la abandonará, le dará un reino propio, solitario y triste, y pondrá
en su lugar a una reina más joven.
–
¿Puede un hombre alimentar su alma continuamente de lo efímero, de lo que ha de
morirse con el paso del tiempo? ¿Se hará Dirua con todos nosotros? Mira lo que
han hecho contigo y conmigo–dijo el dragón desalentado.
Mientras,
el perfil del castillo en la lejanía se trazaba sobre la honda negrura de las
pupilas del dragón, que asomaba su mirada por encima de las copas de los
árboles del Bosque de lo imposible.
–
¿Por qué no destruyes el castillo con una bocanada de fuego? Yo sacaré a la
princesa de allí con mi magia para que no le ocurra nada– propuso Cenotia.
–
¡No voy a destruir mi propio reino y mucho menos hacer daño a la reina! ¿Crees
que he dejado de amarla porque me haya convertido en un dragón y desee
marcharse a otro reino? En Quieras nunca ha existido la venganza, además
tampoco quiero que la pequeña princesa me vea convertido en un monstruo.
–
¿Y qué vas a hacer, dejar que se marchen sin más? ¿Esperar a que la reina se
arrepienta cuando seas un anciano y estéis ambos próximos a morir?
–
Conviérteme en un libro, Cenotia. Un libro con las páginas en blanco que sólo
pueda pertenecer a mi hija, de manera que cuando la pequeña princesa quiera
escribir en él, siempre surja una página más y de este modo pueda estar conmigo
y yo con ella. Sé que ya no podré volver a ser el rey, bien conozco las leyes
de la magia.
Cenotia
volvió a conmoverse ante la proposición del dragón y su capacidad de amar más
allá del rencor. El hechizo, sin embargo, no podía deshacerse hasta que pasaran
setenta y siete lunas.
–Haz
de esperar, dragón, a que el hechizo se deshaga tras setenta y siete lunas.
Solamente entonces podré convertirte en el libro que deseas, yo misma te
llevaré en mis manos hasta Dirua y le contaré lo ocurrido a la pequeña
princesa.
–Si
puedo regresar a su recuerdo, el tiempo es solamente una distancia. Esperaré
bajo las aguas.
–
¿No quieres ver cómo se marchan? ¿No anhelas una despedida, una última vez?
–Para
quien guarda amor en su corazón, Cenotia, no existen las despedidas – dijo el
dragón ocultándose bajo el cristal de las aguas del lago.
Y
este es el libro mágico que entregó la bruja Cenotia a la princesa pasadas las
setenta y siete lunas en Dirua.”
Y
sin haber terminado de pronunciar la última frase, mi padre me entregó una
antigua carpeta, de las que se cerraban anudando los cordeles, a cuyo centro
había anclado un precioso dragón de metal agazapado. Quedé tan sorprendida de
que mi padre pudiera conseguir un objeto de la historia del cuento que me había
contado, que en aquel momento se tornó para mí en una especie de ser mágico,
extraña condición que no ha perdido jamás para mí.
Olvidé
la historia durante años pese a que siempre guardé y llevé la carpeta conmigo,
de casa en casa, de ciudad en ciudad, de país en país.
Mi
madre se casó con un embajador, mi padre desapareció. Ahora que yo misma soy un
dragón bajo las aguas del lago, sé que no existen las despedidas y que siempre
queda una página más en el libro del dragón.
Fin
Hola! Estuve leyendo tu blog y realmente me gustó! Estoy mirando otros blogs (yo tambien participo en Que Estas Leyendo), te dejo mi link por si lo quieres vichar. Besos desde Montevideo :D
ResponderEliminarleyendoenlalluvia.blogspot.com
muchas gracias a mi tambien me gusto tu blog
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